Cuando Jesús dejó a sus Apóstoles después de la Resurrección no los dejó solos. Volvió con el Padre y desde allí envió a su Espíritu Santo. Y menos mal que envió el Espíritu Santo. ¡A saber qué hubieran hecho un puñado de hombres pobres, asustados y analfabetos sin la presencia de su Maestro!
Ponte en la situación. Imagina por un momento que tú eres uno de los doce Apóstoles. Un día Jesús, al que quizás ya conocías de vista o habías oído hablar de él, pasa por tu lado y te llama. Quiere que formes parte de su grupo de amigos más íntimos.
Con más o con menos convencimiento decides aceptar su invitación y durante tres años tú y el resto de los Apóstoles vais de pueblo en pueblo anunciando el Evangelio. Y ves que Jesús, al que llamáis «Maestro», no sólo os enseña un modo nuevo de relacionaros con Dios, entre vosotros y con los demás. Además lo demuestra con su vida.
¡Y siempre tiene una respuesta para todo y para todos!.
¿Y qué me dices de los milagros?, Cura, expulsa demonios, resucita muertos… Parece que está claro que Jesús es el Mesías prometido y que con Él a su lado todo es posible. Pero de repente el sueño del Reino de Dios se convierte en pesadilla y ves a Jesús vestido como un rey muy distinto al que te imaginabas: una caña como cetro, una corona de espinas y una cruz por trono… No era eso lo que esperabas ver -y eso que Él os lo anunció- y cuando finalmente muere la pena y la desesperanza te invaden…
Pena y desesperanza que se convierten en gozo y alegría inmensa cuando te encuentras con Él de nuevo. ¡Cumplió su promesa, ha resucitado!. Todo vuelve a ser como antes, Jesús está en medio de vosotros, ya no habrá llanto, ni dolor, ni miedo… Ahora sí, ahora vais a construir el Reino de Dios aquí en la tierra.
¿Qué dices ahora, Jesús? ¿Que te vas? ¿Que vuelves al Padre? ¿Que nos dejas solos? …
Y Jesús, que sabe perfectamente de qué pie cojeamos y que «sin Él no podemos hacer nada», nada bueno y que merezca la pena de verdad, que las chapuzas ya las hacemos solos, os tranquiliza y os promete el Espíritu Santo. El os acompañará, os enseñará y os dará fuerzas para la tarea que Jesús os encomienda: llevar el amor y la misericordia de Dios por toda la tierra.
¡Ah, bueno! Siendo así eso es otra cosa. Menudo peso que nos quitas de encima. Porque hacer nosotros solos lo que nos pides es más difícil que vaciar el mar con un cubo pero con la ayuda del Espíritu Santo sí que nos vemos capaces de amar a los que nos persiguen, perdonar a los que nos maltratan y vivir la vida con gozo y alegría.
¿Y cómo puede ser esto posible? Pues porque el Espíritu Santo viene cargado de regalos para aquellos que estén dispuestos a recibirlos.
Si quieres saber cuáles son sigue leyendo.
Los siete dones del Espíritu Santo
Don de Sabiduría

Este primer don del Espíritu Santo viene a ser algo así como unas gafas para el corazón con las que poder ver la bondad, la grandeza y la misericordia de Dios en toda la creación. Descubrimos la huella de su presencia por todas partes y la gustamos, saboreamos y disfrutamos. Con la ayuda de este don podemos encontrar alegría donde otros sólo ven penas; belleza donde sólo parece haber fealdad; ternura y suavidad bajo una costra de aspereza.
El Don de Sabiduría nos capacita para ver con los ojos de Dios, escuchar con los oídos de Dios, amar con el corazón de Dios, juzgar las cosas con el juicio de Dios.
Espíritu Santo, danos el don de SABIDURIA, para que sepamos transmitir la Buena Noticia del Evangelio a todas las personas.
Pincha aquí para ver la catequesis del Papa Francisco acerca del Don de Sabiduría.
Don de Entendimiento

El Don de Entendimiento (también llamado de «Inteligencia») nos hace entender y comprender las cosas como las entiende y las comprende Dios. El Espíritu Santo nos introduce en la intimidad de Dios y nos hace partícipes del designio de amor que tiene con nosotros. Ilumina nuestra mente y nos hace crecer día a día en la comprensión de lo que El Señor ha dicho y ha realizado. Nos abre la mente para que podamos entender y comprender mejor las cosas de Dios y las cosas humanas, para entender las Escrituras y la Historia de la Salvación.
Espíritu Santo, danos el don de ENTENDIMIENTO para que sepamos adaptar el mensaje de Jesús a las circunstancias de nuestro tiempo, descubriendo los signos de tu plan de salvación.
Pincha aquí para ver la catequesis del Papa Francisco acerca del Don de Entendimiento.
Don de Consejo

Qué importante es poder disponer de un buen mapa cuando vamos de viaje a un lugar desconocido. Y a pesar de ello cuántas veces necesitamos parar y preguntar para saber qué camino escoger para llegar a nuestro destino. En el camino de nuestra vida, a pesar de que tenemos el Evangelio para conducirnos con seguridad por ella, necesitamos y agradecemos la ayuda, la orientación, «el consejo» de personas más sabias que nosotros, que nos conocen, nos quieren y nos acompañan: amigos, padres, sacerdotes… Con el don de Consejo es el mismo Espíritu Santo el que ilumina nuestro corazón y nos hace ver la mejor forma de hablar, de comportarnos, el camino a seguir.
Espíritu Santo, danos el Don de CONSEJO para que seamos capaces de orientarnos correctamente en la elección de nuestra vocación y de nuestro compromiso.
Pincha aquí para ver la catequesis del Papa Francisco acerca del Don del Consejo.
Don de Fortaleza

Ya lo hemos dicho. Solos no podemos. Somos débiles, nos cansamos, fallamos. Por eso Dios viene en nuestra ayuda y nos sostiene en nuestra debilidad con el Don de Fortaleza. El Espíritu Santo prepara nuestro corazón, lo libera de la tibieza, de las incertidumbres y de todos los temores que pueden frenarlo, de modo que la Palabra del Señor se ponga en práctica, de manera auténtica y gozosa. En nuestro vivir de cada día, cuando lleguen las dificultades y los sinsabores, recordemos las palabras de San Pablo «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (cf. Flp 4-13). Dios nunca nos prueba más allá de nuestras fuerzas sino que nos da los medios para vencer en ella. Si le dejamos, claro.
Espíritu Santo, danos el don de FORTALEZA para que sepamos afrontar los sufrimientos de la vida con esperanza y confianza.
Pincha aquí para ver la catequesis del Papa Francisco acerca del Don de Fortaleza.
Don de Ciencia
Cuando Dios creo el mundo vio que «era muy bueno». Con el Don de Ciencia el Espíritu Santo nos permite descubrir la presencia de Dios en el mundo, en la vida, en la naturaleza, en el día, en la noche, en el mar, en la montaña… en toda la creación. A través de ella captamos la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada creatura. Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu se abren a la contemplación de Dios, en la belleza de la naturaleza y la grandiosidad del cosmos y nos lleva a descubrir cómo cada cosa nos habla de Él y de su amor. Descubrimos entonces que la creación es el regalo más hermoso de Dios al hombre y que éste, cada uno de nosotros, tiene la responsabilidad de su cuidado, evitando su destrucción.
Espíritu Santo, danos el Don de CIENCIA para que hagamos nuevos descubrimientos para el bienestar de la humanidad y no para su destrucción.
Pincha aquí para ver la catequesis del Papa Francisco acerca del Don de Ciencia.
Don de Piedad

Dice san Pablo en su carta a los Gálatas que «Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: <<¡Abba, Padre!>>» (Cf. Gal 4,6b). El Don de Piedad que nos concede el Espíritu Santo nos ayuda sentirnos hijos de Dios, a saber que Dios es nuestro Padre, más aún, nuestro «papá». Suscita en nosotros la gratitud y la alabanza que es el sentido más auténtico de nuestro culto y de nuestra adoración a Dios.
Y si el don de la Piedad nos hace crecer en la comunión y en la relación con Dios y a vivir comos hijos suyos del mismo modo nos ayuda a volcar también este amor en los demás y a reconocerlos como hermanos.
Espíritu Santo, danos el Don de PIEDAD para que no permanezcamos impasibles ante el sufrimiento de tantos hombres, mujeres y niños de nuestro mundo.
Pincha aquí para ver la catequesis del Papa Francisco acerca del Don de la Piedad.
Don de Temor de Dios
Piensa en lo más valioso que tienes en tu vida. ¿Cómo te sientes ante la posibilidad de perderlo, de quedarte sin ello? Para un cristiano el amor de Dios es lo más grande que tenemos y es el temor de perder a Dios lo que está en juego en este don. El Don del Temor de Dios nos hace abandonarnos como niños pequeños en los brazos amorosos de nuestros Padre, sintiendo nuestra pequeñez y debilidad. Nos hace sentirnos queridos por Dios y corresponderle en su amor. Cuando estamos invadidos por el Temor de Dios estamos predispuestos a seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia y procuramos evitar todo aquello que nos pueda separar de su amor.
Espíritu Santo, danos el Don del TEMOR DE DIOS para que, libres de idolatría, busquemos el encuentro con nuestro único Dios y Señor, y así alabemos siempre su nombre.
Pincha aquí para ver la catequesis del Papa Francisco acerca del Don del Temor de Dios.

Los nueve frutos del Espíritu Santo
«En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí. Contra estas cosas no hay ley.» (Cf. Gal 5,22-23)
Dijo Jesús: «por sus frutos los conoceréis» (Cf Mt 7,16) y por los frutos del Espíritu Santo puedes saber si una persona, tú mismo, está habitada por el Espíritu Santo: en su vida se dan los frutos que san Pablo cita en su carta a los Gálatas.
Claro que igual que ocurre en la naturaleza los frutos pueden estar apenas insinuados, verdes, o maduros, con todo su color y sabor. Es en este punto de madurez cuando el Espíritu Santo obra en nosotros de tal modo que resulta natural, fácil y sin esfuerzo alguno para nosotros vivir con la libertad de los hijos de Dios sean cuales sean las circunstancias de nuestra vida.
A continuación te contamos en qué consiste cada fruto del Espíritu Santo.
Amor
Cuando el Espíritu Santo está en nosotros estamos conectados directamente con Dios y participamos de su mismo Amor: un amor que es mucho más que un sentimiento. Es abundante, continuo y fiel. Es un amor sublime, santo y abnegado. Es un amor eterno, humilde y generoso. Este es un amor que abarca el corazón y la mente del creyente. Es perceptivo, inteligente y práctico. Es un amor que discierne y se esfuerza por escoger lo mejor y lo que realmente agrada a Dios y a los demás seres humanos.
Alegría
Esta alegría del Espíritu Santo -otras personas la llaman «gozo»- va mucho más allá que la mera alegría humana pues no depende de condicionantes externos. Quien ha entregado y consagrado a Dios toda su vida disfruta de un gozo interno profundo que persiste aunque las cosas no marchen bien. Tienen una alegría que nadie les quitará.
Paz
Las Paz del Espíritu va más allá de la tranquilidad o de la ausencia de inquietud, ansiedad o angustia. La paz de Dios nos ayuda a reconocer que El cuida de nosotros y nos da todo lo que necesitamos. Nos hace confiar decididamente en Dios de tal manera que descansamos en El en medio de las tormentas de la vida.
Paciencia
Este fruto, también llamado «longanimidad», nos da la tranquilidad para poder soportar los insultos, las agresiones y todo tipo de afrentas que puedan hacernos respondiendo al mal con el bien. Cuando este fruto ha llegado en nosotros a su madurez resulta fácil y natural «poner la otra mejilla» como nos pide el Señor. Nos da la perseverancia en el seguimiento de Dios.
Afabilidad
También se conoce este fruto como «benignidad». La persona que lo tiene es amable con todos, es pacífica, sumisa, gentil, incapaz de ofenderse. Se muestra generosa y dispuesta a hacer el bien a los demás, especialmente a los que más lo necesitan. Vivir con ella es una delicia pues tiene un trato exquisito y delicado hacia quienes están a su lado, sin asperezas ni malos modos.
Bondad
Dios es inmensamente bueno y quien se deja habitar por su santo Espíritu no puede por menos que ser bondadoso realizando obras buenas en toda ocasión: practicando las obras de misericordia, estando atento a las necesidades de los otros, siendo generoso. Manifiesta con su vida la bondad de nuestro Padre Dios.
Lealtad
También se conoce como «fidelidad». No hay nadie más leal ni más fiel que Dios. Él no es ahora sí y luego no. Él es siempre fiel, no traiciona la palabra dada. La persona que vive este fruto del Espíritu Santo es aquella que ha puesto la mano en el arado y no mira para atrás. (Cf. Lc 9,62)
Mansedumbre
Dice el Señor: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Cf. Mt 11,29). Ser manso significa estar dispuesto a hacerse cargo de las tareas humildes y pequeñas para lo cual hay que tener el valor de cargar con el yugo del Señor. La mansedumbre hace que la persona sea cortés, considerada y servicial con los demás, sin importar quiénes sean. Realizará su tarea pero sin violencia, sin pisotear a nadie, con amor y paciencia.
Dominio de sí
Quien tiene dominio de sí tiene «templanza», el otro nombre para este fruto. El Espíritu Santo que obra en nuestro interior nos ayuda a ser uno mismo. Nos ayuda a ser verdaderamente libres sin dejarnos aprisionar por pasiones, cosas o personas. Nos hace libres para hacer lo que realmente queremos hacer desde lo más profundo de nuestro corazón: el bien. Al fin y al cabo para esto fuimos creados por Dios, para hacer el bien. Debemos elegirlo por nuestra propia voluntad en vez de elegir el mal.
Este artículo fue publicado por primera vez el 21 de mayo de 2016 y ha sido revisado y actualizado.
Dibujos de Patxi Velasco «Fano» y Las Melli